martes, 31 de julio de 2018

Articulista invitando :Agustín Basilio de la Vega

       H O M I L Í A

dicha en la Eucaristía para agradecer el don del Cardenalato.

Señor Arzobispo de Xalapa Don Hipólito Reyes Larios, señor Obispo Auxiliar de Xalapa Don Rafael Palma Capetillo, Señores Arzobispos y Obispos aquí presentes, Señores sacerdotes,
Señor Gobernador, representante del Gobernador electo Erick Cisneros y demás autoridades del Estado de Veracruz, hermanos en el sacerdocio ministerial, y hermanas y hermanos en el sacerdocio bautismal aquí presentes, el Señor los bendiga a todos.

Acabamos de escuchar en el Evangelio, la célebre parábola de los llamados a la viña a distinta hora, recibiendo el mismo salario. Antes que nada, quiero referirme a ella.


Debo confesar que la inteligencia de lo que es e implica dicha parábola, tiene su aspecto difícil de captar: ¿no queda mal parada la justicia cuando los que trabajaron más reciben lo mismo que los que llegaron a última hora? Esta pregunta se hacía un sacerdote protagonista de una famosa novela que precisamente llevaba el título desafiante de “A cada uno un denario”. En esa novela, el protagonista es precisamente un sacerdote que alcanzó a comprender su hondo significado sólo al final de la vida, cuando los años lo obligaron a cesar en el ministerio sacerdotal para retirarse al descanso obligatorio.

Este sacerdote es el protagonista de la novela a que me estoy refiriendo, viniendo a entender su hondo significado en los últimos días de su existencia: en el último viaje que lo transportaba de su casa parroquial al retiro obligatorio, descubrió el secreto de la novela que quiere ser el meollo de mi comentario del momento: no recibieron todos los trabajadores el mismo salario: quienes llegaron a última hora recibieron una exigua compensación; quienes llegaron a primera hora recibieron una paga con mucho superior a la que recibieron los últimos. Acabo de entender el significado que siempre me fue un problema: los que llegaron al último recibieron menos que los que llegaron a primera hora, pues la paga está en el mismo hecho de servir al dueño de la viña, que en este caso representa al Señor.

   Yo me siento representado entre los que llegaron a primera hora, pues debo confesarles que ingresé al Seminario en circunstancias muy especiales que omito: cuando aún no cumplía 13 años. Actualmente estoy por cumplir 87 si el Señor es servido.
   El secreto que nos abre la puerta a la inteligencia de la célebre parábola, estriba en entender que, sirviendo al Señor, la paga está en el mismo hecho de servirle: quien le sirve más tiempo, recibe una paga mayor a la paga del que acaba de entrar.

Como ven, no fue un libro de espiritualidad, sino una novela, quien me abrió la inteligencia a darle sentido a la vida que ha ocupado el sacerdocio que recibí a los 23 años: la paga, así lo entiendo ahora, para mí ha sido tan abundante como la suma de años en que mi ocupación exclusiva ha sido como suena: SERVIR AL SEÑOR.

   Estamos celebrando, y gracias por acompañarme, el haber sido honrado por el Santo Padre Francisco con el quehacer propio de un cardenal. Esto en el ocaso de mi vida. Si algo define y caracteriza mi vida es precisamente haber sido empleada, con todas mis limitaciones en el servicio del Señor.

   Al presente, el dueño de la viña ha querido distinguirme a última hora con el trabajo que puso en mis manos desde el amanecer: poner mi existencia total a su servicio. La expresión última de este llamado es lo que estamos celebrando y en el que ustedes me honran con su presencia; al estar el Señor por llamarme en el ocaso de mi vida a dar la cuenta final, me concede un privilegio que hoy pongo bajo el signo del servicio a Su voluntad: me ha llamado a ponerme a su disposición totalmente, en el servicio de Su Iglesia. Esto significa para mí el que el Señor se haya fijado en mi insignificancia, para dar la última nota de grandeza a esta espléndida sinfonía que suena en Su servicio.

En efecto, confieso que si mi vida pudiera representarse como una composición musical, si miro a los dones con que el Señor la ha ido adornando a todo su largo, resultaría una espléndida sinfonía. Y si pongo atención a mi respuesta personal, apenas si alcanza ser la expresión de alguien que con dificultad hilvana dos o tres notas que dan como resultado un corrido nacional. Culpa mía y no responsabilidad del Señor. Por esto junto con el júbilo que preside esta asamblea, y que juzgo muy justo, debo añadir un golpe de pecho porque mi vida, para ser sincero, solamente ha alcanzado ser catalogada entre los corridos nacionales.

¡Qué diferencia, si pongo atención no a los resultados obtenidos a partir de mi colaboración,  sino a todos los dones en que a lo largo de esta existencia, el Señor se ha volcado para convertirla, si no en una espléndida sinfonía, sí en un aceptable corrido popular!
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   Todo comenzó con haber sido ordenado presbítero de Su Iglesia cuando contaba yo con 23 años. Transcurrieron 17 cuando el Señor me llamó a ser Obispo. Desde entonces hasta la fecha son 47 años los que suman la paga con que el Señor me ha recompensado.

   Ahora, cuando el sol está por ocultarse, me viene continuo a la mente la manía de sumar todos estos años, para descubrir, y es lo que confieso ahora ante todos ustedes queridos amigos, que en todos he recibido una espléndida paga, para agradecer al Señor:
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   Señor, gracias porque durante trece años, ya lejanos, me concediste una familia en la que mis padres me amaron, a veces con exigencia, gracias porque durante doce años me llamaste al Seminario para seguir preparándome como trabajador de la viña, gracias por 17 años que me concediste la grave responsabilidad de colaborar en la formación de los sacerdotes, gracias por los tres años privilegiados en que me desposaste con una bella novia que fue la Diócesis de Papantla, gracias por la confianza que pusiste en mis manos como formador del Seminario y, gracias Señor por estos 47 años de Obispo en que me colmaste de regalos al ponerme al servicio de tu pueblo en Xalapa. Gracias Señor, y perdóname cuando no estuve a la medida de tan bellas encomiendas.
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   Ahora Señor una petición que por ser la última te ruego encarecidamente me la concedas: dame el don de comprender a mis hermanos, de saber dialogar con ellos, a poder hacer realidad, como programa de vida todo lo que en estos últimos días me han dicho gente buena en palabras benevolentes: han dicho que mi trato es caballeroso, docta mi predicación, cercanía con los fieles, don de gentes, esfuerzo contínuo, nada menos, por vivir los valores integrales de la cruz: su trazo vertical tendiendo hacia tus alturas, su trazo horizontal buscando entender a mis hermanos y, todo esto ponerlo en el escudo que nunca quise tener, porque hijo de emigrantes, comprendí que estaba fuera de lugar.

   Todo lo anteriormente mencionado fueron las maravillas que dijeron de mí en discursos benevolentes. Dame la fuerza de tu Espíritu para convertirlas ahora en programa para los años que me restan y que tú sabes cuantos son.

   Gracias Señor porque a lo largo de toda mi vida, me has recompensado con un sueldo extraordinario, no de última hora, sino  muy por encima de lo merecido: VIVIR A TU SERVICIO.

31 de Julio de 2018, Memoria de San Ignacio de Loyola.

+Sergio Obeso,
Cardenal Arzobispo Emérito de Xalapa

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