DIARIO ÍNTIMO
Pequeño mártir
Como se sabe, en México somos muy dados a perder el tiempo
en cualquier trivialidad. Antes de que tuviéramos los juegos de video eran
inconmensurables las masas de infantes que se convertían en niños rana por
estar acuclillados horas y horas dándole a las canicas, y hasta se llega a
sospechar que la inmensa fortuna de los Alemán comenzó a principios de siglo pasado
cuando Miguelito (así le decían de chico) no tenía para comprarse sus cuadernos
pero vio -ojo agudo- la enorme falta de oferta de canicas por lo que se decidió
a comenzar su imperio mercantil con el tráfico de esos esféricos juguetes. Es
así como se traman las historias de los grandes hombres, con canicas.
Aquí el cuít está
en descubrirnos adictivos, encontrar qué es lo que hace feliz a los demás y
asirnos de su necesidad para venderles la respuesta. A mí esa historia de superación
me llena de esperanza, como para enviársela a Liza Echeverría y al Dr. César
Lozano al programa “Hermosa esperanza” (quien debería pedir que lo enfoquen bien
en los comerciales porque se parece Juan Osorio). Es la viva historia del Sí se
puede, porque con tenacidad y esfuerzo cualquier vendedor de canicas puede
llegar a Presidente.
Mi tren con destino a Los Pinos ya partió, y mire que tenía
yo chance porque de pequeño mi padre enviaba a sus chamagosos productos a lavar
carros y bolear zapatos. En ese entonces le teníamos un agradecimiento
profundísimo (ajá) por brindarnos la oportunidad de conocer el mundo y saber
que la vida no era fácil. Ya me lo agradecerán, decía mientras nos daba nuestra
caja de bolear y nos traía los cepillos del súper, y nosotros calculando el
tamaño de su cabeza a ver si cabía en el frasquito del agua con jabón de
calabaza. No quiero ser injusto y por tanto también aclaro que el dinero que
ganábamos nos lo quedábamos, pero la verdad es que preferíamos estar de
vaquetones viendo a la Señorita Cometa. De hambre no se habrán de morir, nos
decía el pobrecito sin saber que en estos días al que no tiene para comer lo
alimenta el Gobierno.
A veces pienso que trabajé más cuando fui el tierno querubín
de mi madre que ahora. Porque cuando le renunciábamos a mi padre en sus
intentos de hacernos los mejores boleros del país, mi madre a quien tarde se le
hacía para agarrarnos de chalanes, nos hincaba como águila sus garras en los
hombros. ¿A dónde van pequeños engendros de mis descuidos? Ménganche pa’cá que
ahora viene su maestría de lavar trastes, fregar pisos y, lo más lindo, la creme
de la creme de los quehaceres domésticos, chacualearle el agua a las tazas del
baño. Total que si no acabé oficialmente loco es porque bloqueé muchos
recuerdos pero estoy seguro que antes de morir recordaré todos aquellos
momentos y me tendrán que declarar mártir infantil.
Pero de nada de eso le quería hablar, esos son recuerdos que
se cuelan como el desgraciadísimo frío que ha hecho estos días.
Le quería
contar precisamente de mi debilidad por perder el tiempo en cualquier tontería.
Ahora estoy, brutal y absolutamente perdido en un maldito juego que traía
preinstalado mi teléfono y que en una isleta del aburrimiento tuve la mala
fortuna de jugar: Plants vs Zombies. Qué manera tan desgraciada de absorberme. No
le exagero ni tantito si le digo que una vez que apago las luces los zombies me
siguen persiguiendo y en más de una ocasión me he despertado en la madrugada a
seguir jugando. Si el jugar maquinitas fuera un trabajo remunerado no habría
pobreza ni nos preocuparía ver a nuestros pequeños piratitas dándole todo el
día al tuinquile-tuinquile (así hace mi teléfono ¿yo que culpa?).
Como soy tan
aprehensivo no me queda duda que no estaré tranquilo hasta que haya matado a
miles de zombies con mis plantas, así como no me queda duda que mi padre no
supo encaminarnos bien, en lugar de bolear zapatos y lavar autos nos debió
inducir a comprar y vender canicas… el futuro no está en ser asalariado sino en
la libre empresa.
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