CREER LO QUE VES O VER LO QUE CREES
Estas palabras pueden ser apropiadas para los tiempos políticos
que vivimos en México, tal vez siempre lo fueron; o no, si hablamos de unos
veinte años antes, cuando las palabras no tenían ningún sentido en el mundo de
la política. La incredulidad ciudadana es fuerte y tiene mil justificaciones,
con el riesgo de ser muy duradera hasta terminar en hastío y abstencionismo; la
velocidad y montos de la información que circula en las redes es un poderoso
factor para que se mezcle y desoriente el debate: más cantidad sobre la
calidad, juicios sumarios, verdades a medias, mentiras completas,
conspiraciones y treinta conclusiones en doce horas. Los líderes políticos en
general, con sus contadas excepciones, asumen con lentitud y hasta torpeza las
nuevas formas de la comunicación, enfilándose hacia una lamentable reproducción
de esencias anacrónicas: cambian las formas pero se sostiene el contenido, hay
más colorido e imagen pero con mensajes caducos.
La apertura a la verdad, la buena fe y las convocatorias unitarias
brillan por su ausencia; se sostiene una dura tendencia al enfrentamiento y la
ruptura. Con ello, se desperdicia el tiempo y se desnaturaliza la función
asignada a líderes y representantes. Abunda el sectarismo y la inmediatez, no
se enriquece la vida pública ni se abren rutas al desarrollo democrático. Hay
sectores políticos que le apuestan al fracaso del gobernante y ansían un golpe
de suerte, súbito, que los lleve al poder, del nivel que sea, sin acreditar
perfiles y proyectos. Actos de fe, ni buena o mala, sustituyen la construcción
de ciudadanía, cultura cívica y democracia. Sin deliberación, crítica y
autocrítica, reflexiones y posicionamiento de los que andan defendiendo
espacios y de los que andan aspirando a ellos, solo pueden resultar
procesos electivos vacíos, intrascendentes y regresivos.
La aprehensión del ex gobernador Duarte, actualiza los rasgos
fundamentales de los humores sociales y el estado de ánimo ciudadano
observado en el nivel de la información, las tomas de posición, cierto
debate y las teorías producidas abundantemente. Sin mayor esfuerzo se adoptan
todo tipo de versiones respecto al hecho, aun las más descabelladas, siendo las
de más elevada aceptación aquellas que encierren complejos misterios o
puedan resultar espectaculares. A una asombrosa velocidad se producen supuestas
explicaciones de todo que llevan a un mayor número de interpretaciones haciendo
naufragar a la lógica, cualquier aspecto que represente racionalidad y
brincándose hasta lo obvio. Se enmarca el acontecimiento legal en
una generalizada incredulidad que lleva a muchos a decretar conclusiones
que no admiten razones y deja muy poco al tiempo en que transcurrirá el proceso
judicial. En esa línea se sabe poco, se aprende menos y no se valoran
los avances en la consecución de la justicia y la recuperación de los
fondos públicos sustraídos a las arcas de Veracruz, por la pandilla que nos
desgobernó.
Entiendo qué hay rezago en la presencia de Estadistas, en la generación
de demócratas y en portadores de ideas, con efectos en tal pobreza de nuestra
vida pública que incide fatalmente en el alineamiento social por causas huecas
y signos clientelares. Esa es nuestra realidad, asumirla cuenta como acto de
honestidad y superación, sin desgarrarse las vestiduras, pensando en un proceso
gradual que nos lleve a una vida pública más sana, donde el gobierno funcione,
la gente participe en los asuntos colectivos y vivamos en paz y con
progreso.
Es real la influencia de la condición humana en los asuntos de
gobierno, son cuestiones de poder que emparejan siglas, pero hay un sistema
dominante que se reproduce a través del tiempo y no distingue de colores.
Nuestro mejor aprendizaje en el caso Duarte, debería ser el de modificar de
raíz las condiciones institucionales que lo hicieron posible, apelando a formas
democráticas. Hay que privilegiar la legalidad, la transparencia, la
austeridad, el compromiso y la eficacia. Hay que respetar la pluralidad, huir
del maniqueísmo y cultivar valores profundamente democráticos. Si no se
entiende así, un poco después vendrán otros similares, acompañados de
oleadas de cinismo y desencanto. Poco o mucho pero hay que aprender de estos
fenómenos decadentes y tomar otro rumbo, serio y seguro, gradual, sin atajos y
salidas milagrosas.
Nada fácil, por cultura e inercia, superar las posturas extremas e
inmóviles del todo está bien o todo está mal; más complicado todavía para
quienes se escudan en pretendidas ideologías, ausentes por obviedad, que no
pasan de discursos y ocurrencias, insistiendo en encuadrar cualquier hecho en
la visión de algún líder o grupo político. Se renuncia al pensamiento libre y
se aparta o choca con los ámbitos colectivos. Como antídoto a estos fenómenos
hay que subrayar la pluralidad, disminuir el sectarismo y fomentar la unidad
social indistintamente de siglas y colores.
Recadito: Triste lo de Duarte, más triste lo de los veracruzanos;
nos cuesta salir de niveles bananeros en todo.
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