Cosas Pequeñas
LA CAPILLITA
Juan Antonio Nemi Dib
El pasado seis de enero, al pronunciar un discurso el Presidente Felipe Calderón dijo: “...no podemos dejar de mencionar que, no puedo decir que esta es la última vez que nos reunamos, yo espero que no, pero sí es la última vez que como Presidente de la República tengo el honor, el gusto, el placer de celebrar el Día de la Enfermera y del Enfermero con todas y con todos ustedes.”
Independientemente de la sintaxis, del contexto y del motivo de la alocución -festejar a los trabajadores sanitarios- la que hizo Calderón no es una declaración menor, pues en apenas 10 meses y medio estará tomando posesión quien le sustituya en el encargo.
El Presidente ha empezado a despedirse, reconociendo la proximidad del fin de su mandato, lo que necesaria e inevitablemente le confiere otro ritmo y otras connotaciones a su gobierno. Salvo que ocurrieran incidentes extraordinarios y de proporciones realmente significativas -Dios quiera que no-, no queda esperar iniciativas nuevas ni políticas diferentes a las que ha ejecutado en estos primeros cinco años. Si las cosas se condujeran con la lógica esperable, lo que seguiría es que lavaran y recogieran los trastes, los guardaran en sus respectivos cajones, bajaran la cortina y entregaran las llaves de Palacio Nacional a sus nuevos inquilinos.
Y es que, además de los plazos inevitables, también está el hecho de que una vez formalizadas las candidaturas presidenciales de los principales partidos e iniciadas las campañas, el Presidente dejará de ser el principal actor de la política nacional, al menos que -muy al estilo de Vicente Fox- decida asumir un papel protagónico y visible en el proselitismo electoral, lo que de suyo sería una contravención grave al espíritu democrático que dice suscribir.
Tiene mucho por hacer y muy poco tiempo disponible. En realidad, al Presidente Calderón apenas le queda un pequeño lapso para conseguir que su gobierno concluya bien en lo administrativo y termine su periodo sexenal si no con popularidad, al menos con el menor desgaste posible, lo que de suyo es ya un enorme reto, considerando entre otras cosas la opinión de las familias de los 50 mil ejecutados y los miles de desaparecidos durante su Gobierno.
Por otro lado, nadie duda que el Presidente es un hombre determinado -a veces en exceso- y con enorme vocación de poder, que no va a renunciar porque sí a intervenir (así fuera de manera sutil e invisible) en las próximas elecciones, las que seguramente son el primero y casi único ítem en su agenda, por lo menos de aquí a julio. Baste ver los cientos de miles de anuncios multicolores que se han colocado a la entrada de otras tantas pequeñas y grandes poblaciones del País, haciendo publicidad al programa “Oportunidades” y las recientes restricciones financieras impuestas desde la Federación a los gobiernos locales, especialmente los que no son de origen panista.
Nadie duda, tampoco, que para él sea una gran prioridad conseguir en los comicios del 1º de julio (apenas dentro de 165 días) un triunfo que le asegure una transición tersa y propicia, es decir, un sucesor que le trate con un poco más de cortesía de la que él mismo tuvo para con su antecesor y, por supuesto, evitar un legatario que eventualmente decida someter a escrutinio al gobierno calderonista y, en su caso, emprender acciones legales no sólo contra sus colaboradores sino contra el mismo jefe de equipo. Razones para hacerlo sobrarán, dejando muy atrás el concepto de “manos limpias” en que basó su publicidad de campaña, como estaremos viendo a partir de diciembre próximo cuando se hagan públicas aún más irregularidades administrativas que las que ya conoce la opinión pública, como las del CFE y PEMEX, entre muchas otras.
Con todo y su “República Amorosa”, va a ser difícil que el Presidente Andrés Manuel López Obrador -si el tabasqueño ganara las elecciones de julio- deje pasar como si nada el gigantesco pliego de agravios ciertos o falsos que viene acumulando y que empieza con el presunto ‘fraude de Estado’ de 2006, que le atribuye a Vicente Fox y al propio Calderón, a quien ha calificado siempre de “Presidente Espurio e Ilegítimo”.
Este escenario posible desde el momento en que López Obrador es candidato formal y elegible de la izquierda, parece el más indeseable para Felipe Calderón. Por cierto que, en algún momento, cuando se produjeron impresionantes acercamientos y acuerdos del PAN y el PRD de cara a la elección en el Estado de México, no pocos llegamos a pensar en la posibilidad de un pacto entre ambas formaciones políticas de cara a la elección presidencial y específicamente para enfrentar conjuntamente al PRI, pero hoy eso parece descontado.
Ya sería ideal, un mundo perfecto digamos, si el Presidente Calderón lograra un sucesor que no sólo le protegiera sino que diera continuidad a sus políticas. Pero esto parece aún más lejano, pues aún si Ernesto Cordero -que a todas luces parece el candidato de Felipe Calderón- se convirtiera en Presidente, será inevitable que se desmarque del gobierno para el que trabajó, y modifique sustantivamente muchas de las políticas que hoy son la causa de los severísimos cuestionamientos al Gobierno Federal, empezando por los temas de seguridad pública, la pobreza y, por supuesto, la destrucción de empleos productivos y la escandalosa pérdida de competitividad del País.
Y no le está siendo fácil al Presidente Calderón, tampoco, que Ernesto Cordero se imponga como el candidato panista a sucederlo; tanto Josefina Vázquez Mota como Santiago Creel se han mostrado durísimos e inflexibles en la defensa de sus respectivas candidaturas, como quedó demostrado con el veto que ambos lograron imponer, no sin costo para la dirigencia nacional del PAN, a la fallida ‘encuesta indicativa’ que el Comité Ejecutivo Nacional del PAN pretendía llevar a cabo de cara a la elección de su candidato presidencial. Creel fue contundente pidiendo al panismo nacional rechazar “delfines o ungidos, y decisiones poco democráticas”.
Parece que, sea quien sea el que resulte candidato (a) del PAN a la Presidencia, quedarán heridas grandes y sangrantes que, a diferencia de otros momentos del Partido, en esta ocasión podrían tener costos susceptibles de reflejarse en las elecciones de julio.
Serán días difíciles para Felipe Calderón Hinojosa, pues a su capillita le llega la fiestecita; es indefectible. Es nuestro deseo, para bien de México, que los sortee sin necedad, sin enojo, con madurez, paciencia, ecuanimidad y tolerancia, que no amenace desde su posición de poder con encarcelar a quienes le cuestionan. Quizá ya sea mucho pedirle, además, imparcialidad y sujeción absoluta al régimen de derecho y -creo que me excedo en mis peticiones/sueños-, sin odios, sin exclusiones, sin ánimos de venganza, sin la convicción de vetar a nada o a nadie, que no es ni su derecho ni su papel ni lo que nuestro País espera de su Presidente.
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