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lunes, 6 de febrero de 2012

ARTICULISTA INVITADO: HÉCTOR YUNES LANDA

La lección de la elección interna del PAN.


Al momento de escribir este artículo tenía lugar la elección interna del Partido Acción Nacional para elegir su candidato a la Presidencia de la República; es un suceso cuyo desarrollo ha motivado la atención de la opinión pública y no por carácter ejemplar ni mucho menos, sino todo lo contrario, por la gravedad de los señalamientos que en forma cruzada –entre los tres aspirantes- se han hecho por las irregularidades cometidas durante todo el proceso. Ayer mismo en los avances que ofrecían los noticieros televisivos y virtuales se denunciaba una lamentable y descarada intromisión del aparato del partido en el poder comprando votos y coaccionando a los militantes panistas para tratar a toda costa de que Ernesto Cordero sea quien obtenga la candidatura presidencial.

El asunto no es menor y lo que ha sucedido en esta elección llama a la reflexión, independientemente de cuál sea el resultado y quien resulte triunfador. Un proceso tan plagado de violaciones a la premisa democrática que debe sustentar a un partido político resulta preocupante, pero es muy grave si lleva inmersa la injerencia descarada del aparato de Estado en contra incluso de sus propios partidarios.

Es un secreto a voces que el presidente Calderón está empecinado con que Cordero sea el candidato del PAN a la Presidencia; no importa que no haya logrado subir en las encuestas ni que haya cerrado en el último lugar de las preferencias internas de los panistas, hay que ganar a toda costa. Esta es una intención recurrente en el Presidente Calderón; lo mismo trató de hacer en Michoacán, donde derrochó una fortuna tratando de imponer a su hermana, pagando tiempo en todos los programas televisivos y violando sin recato la ley electoral y las disposiciones en cuanto a montos y tiempos de campaña.

Ya sabemos de las obsesiones calderonianas. Pero el asunto se torna de suma gravedad cuando observamos que se cumple el viejo adagio: “Cuando la perra es brava, hasta a los de casa muerde”, y vemos con asombro que el espionaje ha sido recíproco entre los aspirantes y el aparato de Estado, la “Inteligencia”, es utilizada para saciar apetitos personales en contra de los adversarios y de aquellos que no se someten a los deseos del déspota tirano.

¿Qué nos espera en la futura elección federal?

Sin duda un intento de avasallamiento por parte de Felipe Calderón para tratar de prolongarse en el poder, de mantener el esquema de confrontación y división que hoy existe entre los mexicanos y de seguir beneficiándose de un ejercicio del poder obstinado, caprichoso y arrogante.

Podría parecer que expongo esto por el perjuicio que me pueda resultar de tales acciones, pero no es así. Más allá de mi participación en el actual proceso electoral en marcha, lo verdaderamente importante es que la incipiente normalidad democrática que estamos construyendo los mexicanos está amenazada de muerte, por un déspota empeñado en hacer su voluntad e imponer su visión de las cosas, sin importar ni el baño de sangre ni el futuro de esta nación. Al cabo que como ya sabemos, Calderón ya está buscando a donde irse a vivir con su familia para que todo este caos que ha provocado no lo alcance.

Para ello, tiene ocupadas a las instancias del poder público en sus apetencias personales. Así, seguramente el presupuesto del CISEN se está gastando en perseguir a los adversarios políticos, tanto de su partido como de los opositores. No hay juego democrático, no importa, lo único importante es mantener el poder cueste lo que cueste. También la Procuraduría General de Justicia está ocupada en fabricar delitos y culpables, no importa de que se les acuse, ni si es necesario inventar delitos, lo único que importa es detonar escándalos mediáticos que erosionen, que lastimen a los opositores, para bajar su posicionamiento entre los electores.

Esto es ya una práctica muy gastada del panismo calderoniano. Así procedió en Michoacán antes de la elección, cuando ordenó a la PGR detener a un buen número de alcaldes de aquel estado, con el fin de dar un golpe mediático a nivel nacional que desprestigiara al PRD. También lo hizo en la elección de Guerrero, cuando milagrosamente aparecieron evidencias apócrifas de presuntos vínculos del candidato del PRI con la delincuencia organizada, fabricadas con el claro propósito de influir en el resultado electoral. Los alcaldes regresaron a sus cargos por la falta de pruebas y al candidato del PRI en Guerrero tampoco se le siguió proceso alguno ni mucho menos aun se le pudo probar ninguna acusación. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: se logró sembrar la sospecha en la percepción comunitaria con la consecuente afectación electoral.

Resulta obvio que tal grado de obsesión del Presidente Calderón va más allá de una simple patología, padecimiento o enfermedad. Me parece que hay intereses muy grandes detrás de este empeño insano e inexplicable, y lo peor es que seguramente son intereses muy oscuros, inconfesables, que habrán de salir a la luz dentro de algún tiempo, cuando ya sea tarde.

Por eso, más allá de una pretensión electoral y por encima de nuestra firme convicción como partido de la urgencia de que la nación recupere la senda de la paz y el crecimiento económico, está la necesidad de que no se pierda el avance democrático que tanto esfuerzo ha costado a todos los mexicanos, incluidos por supuesto, miles de panistas que creen en la Democracia y que piensan que el legado de Manuel Gómez Morín está herido de muerte por Felipe Calderón. Como ha dicho el aspirante Santiago Creel: “Esto que estamos viendo no es el PAN, esto que está ocurriendo no es el panismo”; le falta decir esto que vemos es el calderonismo.

Estoy convencido de que la rectitud de intenciones y la buena fe no son patrimonio exclusivo de ningún partido y que en todas las organizaciones hay gente progresista que desea de verdad un mejor futuro para este país. Por eso, desde este modesto espacio hago un llamado a todos los hombres y mujeres de buena fe que quieren a México y desean un mejor futuro para todos, para que, independientemente de nuestra militancia y nuestras simpatías políticas hagamos un frente común para impedir que la barbarie, la arbitrariedad y el despotismo, se prolonguen como signo de convivencia social en México.

Solo baste tener en cuenta las palabras con las que el delfín de Calderón, Ernesto Cordero, cerró su precampaña, las cuales encierran toda una joya de propuesta política para la nación: “…vamos a ganar porque nunca nos rajamos…” y “…que no sea yo el candidato porque voy a perseguir a Peña Nieto por todos lados, no podrá escaparse de mí…”. Un elemental análisis que me comentó un amigo, Doctor en Psicología, es para preocuparse: “la frustración, la beligerancia y la intolerancia que reflejan estas expresiones son dignas de Hitler o Mussolini”.

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